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miércoles, 13 de mayo de 2009

Todos los Niños son buenos...

y los Padres también


Bert Hellinger

 

 

Cuando digo: “Todos los niños son buenos... y los Padres también”, puede que provoque dudas en algunos. ¿Cómo es eso posible? Estas aseveraciones van muy lejos pues dicen, al mismo tiempo, que nosotros también somos buenos y que de niños fuimos buenos y seguimos siendo buenos. Dicen que también nuestros padres son buenos, porque fueron hijos que fueron buenos y también lo son de padres.

 

Quiero explicar algo sobre el fondo de esta frase, lejos de las conclusiones superficiales. Cuando decido: “pero si el niño ha hecho esto y lo otro y los padres han hecho aquello y lo otro...” Lo han hecho... pero ¿por qué? Por amor.

 

Está claro que la conclusión es que cada cual es bueno tal como es. Que precisamente es bueno porque es como es. Que por eso no podemos preocuparnos por nosotros mismos, ni por los hijos ni por los padres sobre si son buenos o no. Sólo es nuestra mirada que a veces está ensombrecida de modo que no vemos dónde somos buenos, dónde son buenos los hijos y dónde son buenos los padres.

 

A través de la Constelación Familiar ha salido a relucir que estamos incluidos en un sistema mayor, en un sistema precisamente familiar. De este sistema forman parte no sólo nuestros padres y hermanos, sino también los abuelos y los bisabuelos y los antepasados. También forman parte otros que fueron importantes de alguna manera para el conjunto, como por ejemplo, parejas anteriores de nuestros padres o abuelos. En este sistema todos están gobernados por una fuerza común. Esta fuerza obedece determinadas leyes.

 

El sistema familiar es un campo espiritual. Dentro de este campo todos están en resonancia con todos. Este campo a veces está en desorden. Este desorden se produce cuando alguien que pertenece a él ha sido excluido o rechazado u olvidado. Esas personas excluidas y olvidadas están en resonancia con nosotros y se hacen valer en el presente porque en este campo rige una ley fundamental: todos los que pertenecen al campo tienen el mismo derecho de pertenecer a él. No se puede excluir a nadie. Este campo no pierde a nadie: el olvidado sigue actuando en él. Si fue excluido, por las razones que fuera, bajo la influencia del campo a través de esta resonancia se determina que otro miembro de la familia represente al excluido.

 

Entonces ese miembro, un niños por ejemplo, se comporta de manera extraña. Puede que se haga drogodependiente o enferme o sea delincuente. Puede que incluso se convierta en un asesino o esquizofrénico, lo que sea. Pero ¿por qué? Porque ese niño mira a un excluido con amor y nos obliga, a través de su comportamiento, a mirar con amor a aquel rechazado y excluido. Este así llamado mal comportamiento es amor por alguien que fue excluido de este campo familiar.

 

Ahora, en lugar de mirar a un niño con preocupación y tratar de cambiarlo, lo que no sirve de nada puesto que ya sabéis que actúan fuerzas mayores, miramos con ese niño ese campo espiritual al que pertenecemos, hasta que podamos mirar a donde esa persona excluida espera que la miremos y la recuperamos en nuestra alma, en nuestro corazón, en nuestra familia, en nuestro grupo, acaso también en nuestro pueblo.

 

O sea que todos los niños son buenos si les dejamos ser buenos. Es decir: si en lugar de mirar sólo a los niños miramos a donde ellos miran con amor.

 

Resulta que la gran experiencia de las Constelaciones Familiares es: en lugar de preocuparnos por esos niños u otras personas y pensar en ellos preguntándonos “¿cómo pueden comportarse así?”, miramos con ellos a una persona excluida y la hacemos entrar en nosotros. En cuanto esa persona es asumida en el alma de los padres y de la familia y del grupo, el niño respira y puede librarse por fin de esa implicación con otro persona.

 

Si sabemos eso podemos esperar hasta descubrir a dónde nos lleva la conducta de ese niño, a dónde nos conduce como padres o como otros miembros de la familia. Si vamos con los niños hacia allí y asumimos en nosotros a la persona excluida, los niños quedan redimidos.

 

¿Quién más queda redimido? Los padres y otros miembros de la familia. De pronto somos diferentes o más ricos porque hemos vuelto a dar un lugar en nosotros a algo excluido. Ahora, en el presente, todos se pueden comportar de otro modo; con más amor, con más indulgencia, más allá de nuestras distinciones baratas de bien y mal, mediante las cuales creemos acaso ser mejores y los demás peores, a pesar de que los otros, a los que consideramos malos, sólo son amables de otro modo. Si miramos con los niños hacia donde ellos aman se acaban las distinciones entre el bien y el mal.

 

Otra conclusión es, por supuesto, que también nuestros padres son buenos y que detrás de todo lo que acaso queríamos reprocharles, actúa el amor. Pero ese amor no va hacia nosotros sino hacia otra parte, aquella a donde miraban los niños. A alguien a quien querían introducir en la familia. Si empezamos a dar espacio en nosotros a todos esos excluidos también miraremos con nuestros padres adonde ellos aman. Entonces, tanto nosotros como nuestros padres, quedaremos libres. De repente nos vemos en una situación totalmente diferente y aprendemos qué significa el amor verdadero.

 

 

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