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lunes, 10 de noviembre de 2008

Articulo de Norberto Levy

AMOR y PODER
Norberto Levy



Es conveniente distinguir el poder como sustantivo del poder como verbo: «el poder hacer». En general cuando decimos: «Tal persona tiene poder» nos referimos al poder como sustantivo, es decir a la capacidad de influir sobre la voluntad del otro. Cuando esa capacidad se desliza hacia la dominación expresa la modalidad inmadura del poder.

Si bien pareciera que es la que más tenemos en cuenta, no es la única. Existe también la forma madura del poder que consiste precisamente en tener la capacidad de utilizar mi energía, no para dominar sino para articular mis necesidades con las del otro y gestar una respuesta que nos contemple y nos exprese a ambos. Este es «el poder más poderoso» aunque no lo registremos tanto concientemente y es otra faceta del amor. El I Ching describe con brevedad y belleza esta modalidad cuando afirma: «Gobernar es servir».


Leyes del amor
Una de las leyes que el amor conoce es que la parte puede estar bien de un modo íntegro y duradero en la medida en que el conjunto al cual esa parte pertenece también lo esté.
Un miembro de una pareja puede estar bien en la medida en que la estructura pareja esté bien. El marido o la esposa puede sentirse bien mientras somete a su cónyuge pero eso es sólo durante un breve tiempo. Es difícil imaginar un ser que experimente un completo bienestar rodeado de dolor. Ese dolor vuelve. Esto es así porque la trama que enlaza los destinos de la parte y el conjunto es muy fuerte y en un sistema que funciona a alta velocidad la contundencia de dicha trama se ve de inmediato. Cuando los sucesos ocurren a velocidad menor, la relación entre la parte y el conjunto no se hace tan evidente.

Para comprender mejor esto imaginemos que tengo una infección en todo el brazo y que la fiebre aparece recién a los diez años de haber comenzado la infección. Me resultaría difícil comprender el enlace entre una cosa y la otra. Lo mismo ocurre con muchos acontecimientos humanos: cosechamos los resultados mucho tiempo después de haber sembrado la semilla y eso nos dificulta la comprensión de la relación causa-efecto. Por eso, algunos afirman -y adhiero a esa idea- que en el planeta tierra, en el cual los sucesos transcurren a baja velocidad, es necesario aprender a reconocer ciertas leyes que ya han sido descubiertas por sistemas que han funcionado a alta velocidad y que han permitido ver los enlaces naturales entre la parte y el conjunto. Si es cierto que existe una conciencia solar y si es cierto que existen formas de vida en las cuales ocurre lo mismo a alta velocidad, es muy probable que estos sucesos ya hayan sido descubiertos, comprendidos y establecidos, como leyes naturales. Por eso el «Ama a tu prójimo como a ti mismo» no es «el más difícil de los mandamientos» como suele decirse sino simplemente la expresión de una de esas leyes.


¿El amor a sí mismo es una forma de egoísmo?
El egoísmo tiene que ver con el deseo inmaduro, que se siente en el centro de la escena y se satisface exclusivamente con su realización, sin tener en cuenta a todo lo demás. El amor a sí mismo trasciende ese plano. Ama lo que le gusta de sí mismo y también lo que no le gusta. Puede no gustarme mi parte insegura y amarla igual. Amarla no quiere decir consentirla en el sentido de la complacencia, quiere decir tenerla en cuenta, respetarla y asistirla. Recién cuando he aprendido a amar lo que no me gusta de mí es que puedo amar lo que no me gusta de los otros, es decir todo aquello que no satisface mis deseos inmediatos. De modo que el amor a mí mismo no sólo no excluye el amor a los demás sino que es precisamente quien lo posibilita.


Amar y desear: diferencias.
El deseo es un movimiento de atracción hacia algo nacido de la percepción o el recuerdo de ese algo. Si deseo «uvas», todo lo que sea «no-uvas» será rechazado por mí. Deseo y rechazo son simultáneos, son las dos caras de la misma moneda.

Una famosa actriz de Hollywood, al leer un guión que le habían enviado, dijo: ¿A quién tengo que matar para obtener este papel? Esta frase, de alto impacto por otra parte, quedó inscripta luego como paradigma de entusiasmo, de una férrea voluntad para alcanzar algo, y casi condición indispensable para quien quiera avanzar en su carrera. Es decir, quedó socialmente glorificada. Y esa frase es, precisamente, la que mejor refleja la esencia del deseo inmaduro.

Es cierto que existen algunas situaciones en las que el deseo de algo encuentra un obstáculo al que efectivamente debe eliminar. En la vida humana el contexto para ese tipo de relación se produce cuando hay un bien escaso y dos que pugnan por obtenerlo. El grave problema es que este marco que se da en algunas situaciones acotadas lo hemos extendido al resto y por lo tanto vivimos toda la vida como un combate permanente.

Volviendo ahora al centro de la pregunta: Una de las diferencias entre amar y desear es que el deseo se satisface exclusivamente con la obtención de lo deseado mientras que el amor encuentra el bienestar en el bienestar de todos los protagonistas.

El amor le reconoce al obstáculo el mismo derecho a existir que le otorga al deseo para el cual lo es. Por ejemplo: «yo deseo estar con María pero ella ama a otro hombre y esa decisión de ella me parece tan digna de ser respetada y considerada como mi propio deseo. Su decisión está en el mismo rango que mi deseo, aunque me duela su decisión».

El deseo que cree que debe destruir el obstáculo para conectarse con su meta es el deseo no amoroso; ése es el deseo que mata. Yo deseo estar con María y ella desea estar con otro hombre; ese hombre es el obstáculo y entonces lo mato a él. Por este motivo es necesario distinguir la atracción del amor.


Rol de la pasión y tipos de deseo.
La pasión es precisamente una atracción intensa. Puede ser hacia una persona, hacia un quehacer, hacia un objeto, etc. Tanto puede ser la música como las estampillas o el fútbol… No importa tanto qué la inspira sino la intensidad que se siente ante eso que la inspira. Y esa atracción apasionada puede ser más o menos amorosa. En la pasión se ve con más amplitud lo que describimos antes en relación al deseo. Si siento una pasión no amorosa hacia alguien puedo matar a quien percibo como obstáculo, o a la misma persona si no satisface mis requerimientos. Es el típico crimen pasional. A veces se dice: «mató por amor…» eso es una confusión y lleva a más confusión. La realidad es que mató por la intensa frustración de la atracción no correspondida, pero no por amor.

La pasión amorosa siente la misma intensa atracción pero no se otorga ningún lugar de privilegio en su relación con el obstáculo. En última instancia, el amor es el que convierte a la relación entre la pasión y el obstáculo en una danza.

Cuando se habla del deseo en forma genérica y se describen sus características, lo que habitualmente se hace es hablar del deseo inmaduro. Quiero presentar aquí la propuesta de establecer una distinción conceptual dentro del deseo mismo y diferenciar deseo inmaduro de deseo maduro.

El deseo inmaduro se caracteriza porque se percibe en el centro de la escena y coloca al resto de los protagonistas en la posición de «seres a su servicio». Esto quiere decir que no reconoce la vida propia de los tres personajes básicos con quienes se relaciona: a) el objeto mismo del deseo, b) todos los que funcionen como medio para alcanzarlo y c) todos los que funcionen como obstáculo para alcanzarlo.

Veámoslo en un ejemplo: Juan quiere conocer a María y Manuel es el amigo común que se la presentará. Manuel es, por lo tanto, el medio a través del cual Juan llegará a María. Si el día convenido Manuel está cansado o con gripe, el deseo inmaduro de Juan lo «sacará a Manuel de la cama y lo arrastrará» hasta la reunión en la que le presentará a María. Para el deseo inmaduro quien cumple la función de medio debe estar disponible -sí o sí- para llevar a cabo su tarea. Presionará y forzará «como sea» para que así ocurra. Si al llegar a la reunión se entera que María está unida a Pedro, éste será, para Juan, el obstáculo que le impide unirse a María. Por lo tanto, el deseo inmaduro de Juan intentará excluir a Pedro «como sea» para eliminar ese obstáculo.

Este nivel evolutivo del deseo es la fuente de innumerables conflictos y sufrimiento. El deseo maduro, en cambio, se caracteriza por lo opuesto del anterior: no se ubica en el centro de la escena y tampoco inscribe al resto de los protagonistas como «seres a su servicio». Si pusiéramos a esa actitud en una frase, sería: «Reconozco mi derecho a desear estar con María, y también reconozco que María puede no desear estar conmigo. Si es así me resultará doloroso pero no me da derecho a agraviarla por sentir lo que siente. Si bien me frustra que Manuel esté cansado, le reconozco el derecho de experimentar un estado que no coincida con mis expectativas y será necesario volver a combinar otro encuentro. Y, aunque me duela, también reconozco que Pedro tiene el mismo derecho que yo a sentirse atraído por María y a ser, eventualmente, elegido por ella».

En el mismo momento en que comienzo a desear, comienzo a exponerme a la frustración. No puedo asegurarle a mi deseo la garantía de su logro, lo más que puedo asegurarle es mi mejor intento posible. En este nivel evolutivo -que es posible y necesario- el deseo deja de ser fuente de conflicto y se convierte en un colaborador conciente al servicio de la plenitud del desarrollo, tanto del individuo como del conjunto.

revista luz del alma 33

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