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viernes, 20 de febrero de 2009

Revista Luz del Alma...


¿Por qué a mi, por qué esto, por qué ahora?


Robin Norwood

 

 

La Evolución de la conciencia humana
Encarnamos en el plano terrestre a fin de expandir nuestra conciencia. Esto se produce mediante muchas experiencias a lo largo de muchas vidas. Lo cierto es que todos sufrimos maltrato sexual y de cualquier otra clase, en algún punto de nuestro propio desarrollo evolutivo… y cada uno, a su vez, ocasiona esos mismos maltratos. En último término, para cada uno es necesario, en el desarrollo de su propia conciencia, experimentarlo todo. Nuestra larga serie de encarnaciones físicas no se inicia con una conciencia desarrollada, dedicada a los principios humanos más elevados. Debemos forjarnos el camino a lo largo de muchas encarnaciones, antes de que el cuerpo y la personalidad se conviertan, por fin, en las herramientas disciplinadas y bien dispuestas de la mente superior o alma, antes de que podamos emplearlos a conciencia para ayudar al prójimo.


El viaje es largo. Al principio, los instintos animales, los impulsos y apetitos gobiernan nuestra existencia. Aunque en esta primera etapa podemos infligir un gran daño, aún no somos realmente capaces de malignidad, no más que el león cuando acecha a su presa. Como el león, nos limitamos a seguir nuestra naturaleza animal. Pero al reunir una experiencia mayor aprendemos, crecemos, se desarrolla nuestra conciencia y lo mismo ocurre con nuestra posibilidad de elegir.


En un sentido espiritual, la principal diferencia entre el reino animal y el nuestro es nuestra capacidad, mucho mayor y en constante desarrollo, de elegir en forma consciente. Sin embargo, esta capacidad no evoluciona ni se desarrolla por igual entre todos los miembros de la especie humana al mismo tiempo. Iniciamos nuestro ciclo evolutivo en diferentes tiempos y progresamos a diferente velocidad. Pero mientras cada uno de nosotros no esté lo suficientemente avanzado, los instintos y los impulsos de nuestro cuerpo, actuando como los de cualquier animal, efectuarán muchas de estas elecciones en nuestro nombre.


Cierta vez tuve un paciente cuya conducta impulsiva y agresiva le había causado problemas con la policía. Ahora le esperaba la cárcel: mientras bebía en un bar empujó a un hombre que, al caer, se golpeó la cabeza y murió. Mi joven paciente tenía mucha más fuerza bruta que la que podían manejar sin peligro sus emociones primitivas y su poco desarrollado intelecto. Libre de malicia, pero completamente sometido al vaivén de los apetitos físicos y los impulsos emocionales, era obviamente lo que se denomina un “alma joven”, y luchaba por aprender los principios más básicos del autodominio. Aun cuando sus actos provocaran la muerte de una persona, no irradiaba maldad, sino una especie de desventurada inocencia infantil.


Todos nos iniciamos como “almas jóvenes”; al frente se extiende el largo viaje hacia una plena conciencia humana. Esotéricamente se nos conoce, en esta temprana etapa, como “humanidad infantil”. Al igual que los niños, estamos en las primeras etapas del desarrollo físico, emocional y mental. También como ellos, nuestras primeras exploraciones del mundo físico se ven limitadas, en gran medida, por el grado de dolor que podamos tolerar en nuestro propio cuerpo. Nuestra capacidad de empatía se va desarrollando, a lo largo de milenios de sufrir e infligir sufrimiento, por turnos. Hasta que se desarrolla esa capacidad, lo único que nos impide hacer daño a otros es la posibilidad del castigo. Como los niños que van madurando, debemos evolucionar en conciencia hasta que las restricciones de nuestra conducta sean más internas que externas.


Los niños suelen ser crueles entre sí y con animales e insectos, a menos que sean sometidos a restricciones o reciban una cuidadosa enseñanza; pero el motivo real es que están progresando por una temprana etapa de desarrollo en su propia evolución de conciencia. Lo que parece expresión de crueldad a la conciencia madura de un adulto es, en muchos niños, simple curiosidad no entibiada por la compasión. Es interesante apuntar que John Muir y Joseph Word Krutch, dos grandes naturalistas, citan en sus autobiografías que en su niñez solían tratar con crueldad a los animales.


Hacia los veintiún años, en general, somos lo bastante maduros como para expresar el nivel de conciencia que nos han impartido las experiencias de vidas previas, cualquiera sea. Este nivel de conciencia varía mucho entre un individuo y otro, según lo que haya sido alcanzado durante las encarnaciones previas. Por ejemplo: la consideración de un individuo por la soberanía física, emocional y mental de otro ser humano no se puede inculcar, simplemente, mediante una educación que ponga énfasis en los conceptos humanitarios. La misma palabra “educación” deriva de educere, traer a la superficie algo que ya está allí. A menos que la persona haya alcanzado ya esa capacidad de respeto, a través de las experiencias de otras vidas, la educación no puede despertarla.

 

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