Música Y Ballet De Hadas
Arthur Rackham, Edmund Dulac, Warwick Goble, los hermanos Robinson, Jessie M. Rey y otros tantos ilustradores produjeron una maravillosa imaginería sobre hadas entre finales del siglo XIX y principios del XX. Jessie M. Rey, por ejemplo, sostiene que sus bellas ilustraciones sobre duendes derivan de las visiones paranormales de su “tercer ojo”.
Antes del auge de la televisión y del cine, el teatro, el baile clásico y la ópera victorianas tuvieron gran relevancia como vías de entretenimiento popular.
Hacia el año 1830, el nuevo baile clásico del Romanticismo -el ballet- emocionó amplias audiencias en Londres con producciones que dramatizaban cuentos amorosos protagonizados por seres humanos y hadas. Presentaba innovaciones como el perfeccionamiento en las técnicas de iluminación y de la coreografía de danza.
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Una suntuosa producción fue La Sylphide, la historia trágica de un mortal que se enamora de una sílfide de menor jerarquía social. En el teatro, los juegos de los duendes fueron elaborados con efectos especiales que despertaron gran interés.
La música de hadas fue otro fenómeno popular, importado de Alemania (especialmente de las “óperas de hadas” escritas por Weber sobre Oberon, las ondinas de Hoffman y la obertura de Mendelssohn sobre Sueño de una noche de verano).
La música de las hadas utilizaba mayoritariamente el arpa. Sin embargo, el baile y la música “mágica” alcanzaron su máxima expresión con Tchaikovsky, el brillante compositor ruso, quien popularizó en Londres sus bailes clásicos de fábula (como Swan Lakes, The Sleeping Beauty yThe Nutcracker). Sus obras ganaron el afecto del público victoriano hacia el ballet mágico y fantasioso.
En la literatura, los duendes anunciaron su presencia en numerosos libros publicados durante la citada época victoriana (escritos por Thackaray Ritchie, Lord Tennyson o William Morris). También se desarrolló una notable poesía sobre hadas célticas escrita por William Sharp y William Butler Yeats
En los tiempos victorianos los niños pasaron de ser considerados intrínsecamente inocentes a ser intrínsecamente pecaminosos; la infancia se convirtió en una “edad dorada extra”, un tiempo de caprichosas exploraciones propias de la edad adulta.
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